Una tradición eterna

Desde tiempos inmemoriales, existía una tradición de mujeres, aunque también hombres,  que trabajaban con los aceites sagrados para el bienestar de la comunidad, algo parecido a lo que hoy llamamos terapeuta/médico/masajista/sacerdotisa/chamán. Estas mujeres en la tradición cristiana fueron llamadas Miróforas o portadoras de la mirra, señoras de los aceites.  Eran sacerdotisas de una orden mucho más antigua que su nombre, cuya existencia se remontaba al Antiguo Egipto y Sumeria.

Las Miróforas se dedicaban, entre otras cosas, a ungir a los moribundos con aceites sagrados como la mirra, de ahí su nombre, para preparar el camino para que el alma se elevara. Los aceites sagrados realinearían a las personas con su verdadera esencia del alma y las llevaría al otro lado, a lo que los antiguos egipcios llamaban el Más Allá.  Para ello realizaban una vigilia de tres días mientras rezaban y entonaban la unción del aceite con voz suave, uniendo sonido y aroma para sanar las heridas del alma, el mismo concepto egipcio de la unción del difunto con los aceites sagrados para purificar el alma, sanar las heridas presentes y pasadas que pesaban en el corazón y poder así iniciar el viaje al oeste donde se esconde el sol.

Si hay un aceite egipcio, ese es la mirra, y aún hoy día los egipcios modernos la siguen usando como un perfume especial. Este aceite es en realidad la resina de la commyhpora myrrha, una exudación que el árbol produce para curar las heridas que se le inducen al tronco; de la misma manera, la resina es capaz de sanar las heridas del alma humana. Es un aceite sagrado que limpia y es la puerta de entrada al templo interior, perfume de los altos iniciados.

Ha habido muchas y muchos miróforos ilustres, como el Rey Salomón, la reina Hatshepsut, la reina Cleopatra VII, y hasta María Magdalena, que permaneció tres días y dos noches fuera del sepulcro de Jesús. Diferentes épocas, pero una sola tradición.

En términos modernos, podemos decir que las miróforas diagnosticaban la enfermedad, la desarmonía o bloqueo físico, emocional, mental o energético y, expertas en las plantas y aceites, aplicaban un tratamiento que movilizaba la energía vital del individuo que llevaba a la curación.

En la tradición cristiana ortodoxa, el segundo domingo después de Pascua se llama “domingo de los portadores de la mirra”.

Estamos viviendo una inusitada e inefable época de transformación en la que muchos escenarios son futuribles. Quizá por esto, muchas personas están recordando lo que yacía escondido en su alma, el amor por los aceites, fragancias y perfumes porque son una herramienta de transformación, transmutación y pueden ayudar mucho en los momentos de transformación personal y colectiva

He recordado lo que yacía escondido en mi alma, y ​​ahora estoy aquí para recordártelo.

 

Nuestros cursos

¿Quieres ponerte en contacto con nosotros?

Contáctanos

Autor

María Ruiz

¡Gracias por leernos! Si te ha parecido interesante, puedes inscribirte en nuestra Newsletter y estar al día de nuevas entradas de nuestro blog.

Síguenos en